martes, 2 de febrero de 2010

Zoquete





Articulo tomado del blog del maestro Miguel Ángel Santos Guerra

El diccionario de la RAE define el término zoquete, en su acepción coloquial, como “persona tarda en comprender”. Un zoquete quiere, pero no puede. Sencillamente, no es capaz. Es torpe de nacimiento y, por consiguiente, puesto que zoquete nació, zoquete seguirá siendo. Lo más terrible del término es la irremediabilidad, el carácter definitivo de la condena genética, el falso determinismo biológico que encierra. Cuando se considera zoquete a un alumno en la escuela se dice de él que no puede llegar a nada en la vida. Qué cruel error. Lo malo de que los profesores consideren zoquete a un alumno es que él mismo acabe creyéndose que lo es.
Me preocupan los alumnos y las alumnas que fracasan en la escuela. Especialmente aquellos que, aunque se esfuerzan, no pueden comprender lo que otros captan con facilidad y rapidez.
- ¿No lo entiendes?
- No, señor.
- Es que eres un zoquete.
- Sí, señor
“Yo era un zoquete solemne”, dice reiteradamente Daniel Pennac en la hermosa obra que acaba de publicar con el título “Mal de escuela”. “Es un libro, dice, sobre el zoquete. Sobre el dolor de no comprender y sus efectos colaterales”. Pennachioni (ese es su apellido completo) es un famoso novelista francés, muy conocido entre nosotros por su obra “Como una novela”. “Mal de escuela”, en el título original “Chagrin d´École”, es un libro apasionante, bellamente escrito y traducido al español con exquisitez literaria.
A través de la cuidada pluma del autor nos adentramos en el corazón de un escolar fracasado. Dice de sí mismo: “Me bastaba entrar en el aula para salir de ella. Como uno de esos rayos que caen de los platillos volantes, me parecía que la mirada vertical del maestro me arrancaba de la silla y me proyectaba instantáneamente a otra parte” Y añade: “En todo caso, el miedo fue el gran tema de mi escolaridad: su cerrojo. Y la urgencia del profesor en que me convertí fue curar el miedo de mis peores alumnos para hacer saltar ese cerrojo, para que el saber tuviera una posibilidad de pasar”.
Gracias al conocido novelista podemos saber qué es lo que siente un alumno condenado a la desesperanza del fracaso: “El odio y la necesidad de afecto habían hecho presa en mí desde mis primeros fracasos. Se trataba de domesticar el ogro escolar. Hacer cualquier cosa para que no me devorara el corazón”.
El libro está escrito desde dentro, desde el amor a la escuela y a profesión docente, que el autor ha ejercido durante muchos años en Francia como profesor de Literatura en Secundaria. El fue un zoquete redimido por tres o cuatro profesores a los que cita con veneración, con respeto y con ternura. Ellos le sacaron del pozo. “Aquellos tres profesores sólo tenían un punto en común: jamás soltaban a su presa”. De uno de ellos cuenta: “Cada vez que suspendía mi examen de bachillerato, me invitaba a un restaurante excelente para convencerme, una vez más, de que cada cual va a su ritmo y que yo, sencillamente, llevaba retraso en el florecimiento”
Me pregunto por los zoquetes que han sido etiquetados por la escuela y que no han podido desprenderse de ese estigma. El autor dice que su madre, a pesar de sus muchos años como docente de Secundaria y como novelista de éxito internacional todavía le pregunta a su hermano Bernard:
- ¿Tú crees que lo logrará algún día?
Comparto muchas ideas del autor. Me he emocionado con muchas de sus experiencias. Ojalá que todos los profesores y profesoras compartiesen con los lectores todo lo emocionante que les ha brindado la profesión. Sería una fuente extraordinaria de estímulos y de ideas. Comparto, por ejemplo, su valoración del amor como fuente de inspiración y de éxito. Véase, como botón de muestra, este sustancioso diálogo:
“- No son métodos lo que falta, sólo habláis de métodos. Os pasáis todo el tiempo refugiándoos en los métodos cuando, en el fondo de vosotros mismos, sabéis muy bien que el método no basta. Le falta Algo.
- ¿Qué le falta?
- No puedo decirlo.
-¿Por qué?
- Porque es una palabrota.
- ¿Peor que “empatía”?
- Sin comparación posible. Una palabra que no puedes ni siquiera pronunciar en una escuela, un instituto, una facultad o cualquier lugar semejante.
- ¿A saber?
- No, de verdad, no puedo…
- ¡Vamos, dilo!
- Te digo que no puedo. Si sueltas esa palabra hablando de instrucción, te linchan, seguro.
- …
- El amor”.
Dos discrepancias con Daniel Pennac. Deduzco de la lectura del libro que, para ser buen profesor, basta dominar la asignatura y estar preocupado por los alumnos y alumnas. No estoy de acuerdo porque creo que esta no es una profesión inespecífica. Hacen falta saberes y destrezas especializados que no son congénitos y que no se adquieren por ciencia infusa. Tampoco estoy de acuerdo en que deban hacerse profesores sólo los alumnos que hayan sido considerados zoquetes, aunque está claro que sabrán comprender mejor a quienes tengan problemas. Porque sería una forma de reafirmar en la sociedad aquel viejo aforismo de Bernard Shaw: “El que sabe, hace; el que no sabe, enseña”. Hace falta cambiar ese estado de opinión para concluir que han de dedicarse a la docencia las mejores personas y los profesionales más capacitados. Porque la educación es una tarea tan importante y necesaria como difícil.

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