miércoles, 22 de agosto de 2012

La escuela no sirve para nada

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Este es el llamativo título de un artículo que publicó hace tiempo Phillipe Perrenoud en un periódico suizo. Me alarmé cuando lo leí aunque, conociendo al famoso sociólogo, pensé de inmediato en el tono incisivo e irónico del aserto.
En efecto, cuando comencé a leer caí rápidamente en la cuenta de las pretensiones del autor. .Así comienza el artículo de Perrenoud: “Bin Laden y los terroristas son personas muy instruidas. Como muchos tiranos y fanáticos. Como la mayor parte de quienes organizan el crimen. Como los dirigentes de las multinacionales que juegan con el dinero de los accionistas y se burlan de los usuarios tanto como del bien público. Entre los doce dignatarios nazis que decidieron crear los campos de exterminio más de la mitad tenían un doctorado. Los acontecimientos que agitan el mundo prueban una vez más que un elevado nivel de formación no garantiza nada en el orden de la ética”.
Es decir, que uno puede tener un altísimo nivel de instrucción y ser un perfecto sinvergüenza. Los “pájaros” de la operación Malaya, que tenemos tan cerca, no son tontos, no son analfabetos. Saben mucho. Sabrán burlarse de las justicia, de sus expoliados y de la ciudadanía en general. Saldrán de la cárcel. Disfrutarán del dinero robado. ¿Están bien instruidos? Sí. ¿Están bien educados? No. Porque la educación tiene una inexcusable dimensión ética.
Fueron médicos bien preparados, ingenieros muy bien formados y enfermeras muy capacitas en su oficio los profesionales que diseñaron las cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabían mucho? Claro que sabían. Se han hecho estudios de lo bien que funcionaban los hornos crematorios. Pero sus víctimas no se alegraron mucho de todo lo que sus verdugos sabían. En mala hora lo habían aprendido.
Si el conocimiento que se adquiere en la escuela y en la Universidad sirviera para engañar más fácilmente a los demás, para oprimirlos mejor y para manipularlos de una forma más eficaz, ¿podríamos estar satisfechos de la tarea realizada en ellas? ¿No sería mejor no contar con ellas?
Si los grandes triunfadores del sistema educativo, que son quienes gobiernan los pueblos, no están muy preocupados porque disminuya en el mundo la injusticia, el hambre, la opresión, la ignorancia y la miseria, ¿por qué hablamos de éxito del sistema educativo? ¿Qué decir del ejemplo que brindan algunos, como recientemente se ha sabido del presidente Berlusconi, que dilapida bienes públicos para sus fiestas privadas, que lleva a jovencitas a su finca de Cerdeña para su particular disfrute, que se rodea de golfos para montar sus saraos? El escándalo tiene en sí mismo su miseria pero, además, genera un clima de corrupción. Se ha sabido que algunos personajes de la vida política se acercan al Cavaliere no con sus esposas sino con sus hijas. Por si el jefe tuviera a bien echarles un ojo. Qué depravación.
¿A qué llamamos éxito del sistema? ¿Cuál es el fin que persigue la escuela? ¿Qué tipo de ciudadanos y ciudadanas queremos sacar como resultado de la acción educativa?
Dice Perrenoud en el artículo al que antes hacía referencia: “Los acontecimientos recientes demuestran de manera dramática que se puede tomar a los ciudadanos por imbéciles y tener todas las posibilidades de ser elegido por aclamación”. ¿Para qué les ha servido la escuela?
El pedagogo alemán Von Hentig, en un interesante libro titulado “¿Por qué tengo que ir a la escuela?, le explica a su sobrino mediante veintiséis hermosas cartas cuáles son los motivos por los que merece la pena ir a la escuela. Dice en una de sus cartas “A mí no me gustaría convivir con gente que no tuviera esta educación, me parecería peligroso. Podrían volver a elegir a Hitler”.
La escuela tiene dos cometidos básicos. El primero consiste en desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Mediante el segundo pretende construir herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como colectiva, tanto propia como ajena.
Me preocupa saber si, con la acción que se realiza dentro de la escuela, los alumnos y alumnas consiguen esos objetivos. Me preocupa también saber si los profesionales que trabajamos dentro de ella los hemos alcanzado o estamos caminando hacia ellos.
Es inquietante ver (si la pretensión es conseguir la formación de ciudadanos solidarios) que algunos alumnos terminan la escolaridad siendo egoístas, violentos e insolidarios. Es inquietante comprobar que (si la pretensión es conseguir ciudadanos críticos) que algunos alumnos salen de la escuela siendo repetitivos, adocenados y sumisos.
Cuando se comprueba lo sucedido debe iniciarse otro proceso más riguroso si cabe. Es el proceso de atribución mediante el cual damos respuesta a la pregunta siguiente: ¿Por qué ha sido ese el resultado? Cuando existen resultados negativos suele explicarse el fracaso achacando a los alumnos su falta de respuesta a los buenos planteamientos educativos. Esa es la forma más perfecta de seguir instalados en las rutina, que es el cáncer de las instituciones.
Si se explicase el fracaso de la sanidad diciendo que los organismos de los pacientes no resisten los excelentes tratamientos de los médicos, el buen funcionamiento de los hospitales y las excelentes políticas sanitarias, nada podría mejorar en la atención sanitaria. Quien tendría que mejorar son los pacientes. No digo con esto que los pacientes sean perfectos. Ya sé que no lo son. Ya sé que algunos no colaboran de forma adecuada con las exigencias de su salud. Pero si todo el fracaso se explicase por sus limitaciones y deficiencias, el camino de la mejora profesional sanitaria estaría completamente bloqueado. Lo mismo sucede en el mundo de la educación.


http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/2009/06/20/la-escuela-no-sirve-para-nada/

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